jueves, 28 de abril de 2011

Capitulo 1


El cuarto estaba a oscuras y la luz que entraba por la ventana apenas alumbraba nuestros cuerpos, parecíamos una masa gelatinosa en medio de la oscuridad.

Su pantalón estaba por la altura de las rodillas y yo había comenzado a jugar con su panza. Era muy difícil identificar el color de su bombacha pero poco me importaba, asi que mi mano lentamente se introdujo por debajo de ella y tocó una pequeña conchita bien túpida y desarreglada que se hacía agua.

Su parte frondosa me excitaba muchísimo. Agité mis dedos muy rapidamente dentro de ella. Saqué algo pastoso y me lo llevé a la boca.

-¿Qué haces? – dijo ella. – ¿Te chupaste los dedos?

-No.

Estaba en la cama disfruntando de Sofía, de lo “demasiado” mujer que me parecía y de la poca seriedad que le poníamos al asunto.

-Lau – me dijo muy bajito. – hace mil que no nos veíamos. ¿no?

-Si, que loco.

-De golpe estamos acá, mejor dicho, hoy estamos en tu cama desnudos, mañana no sabremos… ¿no te parece raro todo esto, como muy tirado de los pelos? A mi si me parece raro y también me parece que estoy un poco borrachita. Pero… no se siente tan mal…Sos muy lindo ¿sabes?

-Ajá, - no sabía que contestarle – pienso lo mismo que vos, que todo es muy raro.

En el equipo de música sonaba algo de blues, guitarras con armónicas y después todo piano, dulce piano.

A Sofía le gustaba esa música y parecía exitada por ella, –logré que se rinda completamente al deseo–, pensé.

Entonces me tomó de los brazos acercándome a sus pechos y me besó apenas sacando su lengua e introduciendola en mi boca suavemente, estaba tibia. Tomamos aire. Luego nos enchufamos un largo beso de garganta, y nos devoramos unos minutos como dos víboras ciegas.

Estuvimos un buen tiempo pero no pude continuar con el asunto, era muy chica.

-Hey, me dio sueño, ¿querés dormir un toque? ¿No estas cansada? – dije.

-Estoy un poco cansada, si… Y no sé si dormir porque dentro de unas horas tengo que ir a la facu.

-Ok. – y cerré los ojos.

Al rato sentí una mano en mi verga que interrumpió mi sueño; Claro estaba que esta era una postura de alguien que no se quiere quedar con la leche en el ojo, Sofía comenzó a ordeñarme.

Desperté hecho un toro endiablado y me fui poniendo duro como un metal. Sofía me la sacudía muy bien, con su mano pequeña y mansa llevaba los tiempos de la melodía y me balbuceaba al oído:

-¿Te gusta así de fuerte?- el desliz era perfecto. - ¿o más rápido?

-Dale más rápido… me gusta más así.

Diez minutos después le bañe la mano en semen y supe que había sido la mejor paja de toda mi vida, luego me dijo:

-No sé porque siempre me gusta la gente equivocada.

Tenía razón.

La abracé y nos dormimos. Sonó el despertador a las 7, le abrí la puerta y se fue a la facultad; tenía ganas de estar solo.

jueves, 14 de enero de 2010

Verónica

El se come las uñas desde hace dos horas. Sentado mientras se toma unos mates en la cocina se pone a pensar como todas las madrugadas, las tostadas se queman dentro del horno. Quisiera compartir ese momento con Verónica pero no puede.

Comienza a leer la carta que dormía en la mesa desde anoche. Empieza por el final, la firma, luego se arrastra al principio.

Termina su lectura matutina con una lágrima, luego se irgue y choca con el cuerpo de Verónica que sangraba en el suelo. Levanta sus piernas y se dirige a la habitación matrimonial. Se sienta en la cama y mira las valijas que Verónica había preparado la noche anterior. Él mira nuevamente la carta, tarde Verónica se había arrepentido de su petición y quizás no tenía ganas de morir hoy.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Antes del Año

Quisiera empezar con esta frase " you can´t always get what you want"

No siempre sale todo como uno quiere, es la regla redundante y monótona que se impregna en la piel como un tatuaje, pero que a veces es difícil de ver porque se esconde bajo nuestras ropas y la olvidamos. Muchos somos víctimas del olvido y contraemos un sentimiento de "fraca", nunca seré otro y seguramente siempre siga siendo el mismo.
Si hablar de vientos este año se llevó muchas cosas, empresas, hojas y sentmientos. Hubo personas desaparecidas y no muchas encontradas, pero los amigos y la buena mezcla quedaron. Se quedaron mi Viejo y mi Vieja a seguir aguantando la travesía mundana, gracias, más no puedo pedir.
Con un comienzo de vacaciones en Gessell, volviendo y metiendome en 2 cursos de escritura se conocen personajes de películas. Disfruté el Kung Fu para sacarme las malas energías, el arte del movimiento oriental como defensa y práctica deportiva, una joyita que todos deberían lucir en el dedo pulgar de su mano. La computación sigue viento en popa parece un futuro declarado.Y Por último volví al dibujo, a reencontrarme con el pasado para traerlo a este tiempo y transmformarlo en gloria. Sin más palabras imagino una vida artística y es el deseo profundo de mi corazón, quien sabe, el tiempo dirá.
Muchas cosas hechas que a veces me traspasan sin tener noción del tiempo, mucha motivación y pereza como también iniciativa y vaguismo. Extremo absoluto como sinceridad brutal son condimentos de mi vida; aunque espero algunos otros por ahora trato de conformarme con esta realidad mientras vivo en mis sueños y ficciones dirias.
Mi vida una sucesión de cambios, espero siempre el progreso como también lo busco! Felicidades todo los que lo intentan día a día !

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Tiempos de Reposo

Que tal lectores, ¿lectores?... Este es un gran saludo en realidad a mi mismo, que hace mucho que no escribo en este sitio. ¿La razón o el por que? no lo hay, puro aburrimiento nada más.

Tiempos perdidos o tiempos donde el ser llama a nuestra ayuda, el ser que maneja nuestra cabeza. Y digo esto porque vamos camino a eso, a que nos manejen la máquinas, imaginense que dentro del cuerpo existe un hombrecito chiquito escondido que mira por nuestros ojos, eso somos, un hombrecito de mierda maniobrando movimientos: Domir, Comer, Cagar, Coger, este último no es general para todos pero clasicamente se desea todos los días. Entonces tenemos un hombrecito escondido que maneja un cuerpo en un mundo donde existen otros hombrecitos que hacen lo mismo, que genial o que patetico. Pensar que somos una mierdita que puede llegar a ocasionar tantos males y en estos Tiempos de Reposo, así los denominé (si lo habrá escuchado algunas personas salir de mi boca) Todo se pierde y se tranforma. Escuché de amigos que han roto con sus novias, de gente que encaminó su vida para un lado contrario al que estaban, otras tantas no, pero se les dió lo que tanto venían anhelando desde hace meses: Terminar una carrera, empezar algo, concretar con una chic@.
Tiempos en los que hay que dedicarse a uno mismo y concentrar toda su energía en el yo (Freud se revolcaría en su tumba si escuchara estas palabras) y sin perder el objetivo inicial. Dejar el Todo para dedicarse al Único, al Nuestro, a ese hombrecito de mierda que pide todos los días que lo mimen con el egoismo. A ese Conchudo que tenemos adentro hagánle caso porque hoy, este año y no sé cuantos más, nos guiará hacia el triunfo!

viernes, 3 de julio de 2009

La Escuelita

“ Si señor, los ciegos somos muy desconfiados”. Ofelia gritaba estas palabras sin descaro en el medio del salón y como plantando un palo de madera en la cerámica hacía berrinche. En realidad lo que golpeaba era su baston blanco, hasta que bajó la cabeza y tomó asiento. Se la veía irritada. Había mucho barullo. Eran como diez ciegos hablando y hablando encima de los otros que también hablaban encima de esos.

A los ciegos nadie les gana, si de hablar se trata pueden contarte como perdieron una media en la casa y como la volvieron a recuperar luego de una hora, cuando sin querer se agacharon a buscar el pañuelo que se les cayó.
Una travesía maravillosa y desmedida nos chupa en sus relatos; donde nos meten en barcos, grandes o pequeños y nos hacen naufragar como ellos lo hicieron en su experiencia, contando cada detalle ínfimo y sensorial sin dejar de lado sus sentimientos. A veces los observo y los escucho y parecen escritores orales, relatores, cuentistas, guionistas de sensaciones. Y aunque su mirada vacía y desviada carezca de vida, todo esto se desgrana cuando se mueven y hablan, viven. Cuando están empecinados en escuchar se quedan quietitos en su lugar cabizbajos o cabiz-altos, en modo estatua, con su pera a cuarenta y cinco grados del cuello y cualquiera que los observa diría que son los encargados de corregir los detalles del techo, cualquiera que no supiera su estilo de vida. Pero el cieguismo es un modo de vida que se aplica también a los videntes, casualmente a los que no les grada mucho la realidad y la moldean a su parecer, aunque ahora, el tema que realmente nos importa es el Cieguismo en su mas pura fuente y sustancia, los que perdieron la vista o nacieron sin ella. Los hay grotescos y ásperos, también otros completamente aseñorados y detallistas, y algunos de estos desfilan por la escuelita de la Av.Independencia.

Resulta que en la escuelita los ciegos estaban aburridos. Esperaban su clase de Psicomotriz (lo mejor para esos momentos es mover un poquito la lengua. No importa si miran para acá o para allá, la mandíbula se cierra y abre a desmedida, la cuestión es mantenerla en ejercicio. Sí señor, los ciegos en grupo se transforman en tumulto, pajaritos caídos del nido pisando tierra firme y criticando el porque de sus “alas” desplumadas).

Ofelia se tranquilizó cuando oyó la voz de Cándido, que venía desde dos asientos más lejos que ella. Mientras acomodaba su pelo blanco y enrulado, apretaba la boca tratando de reducir la espera que Cándido le había advertido desde un principio. Aunque la charla era medio a los gritos y medio a un volumen razonable, el que no se salvaba era Roberto, que estaba entre ellos dos. Roberto se convirtió en el condimento de un sanguche dialéctico del que participaba exclusivamente con su presencia. Escuchaba y de a momentos opinaba con sus cejas. Ceja en alto, ceja aliviada, y por ahí también se vió una ceja fruncida y una frente con surcos y arrugas.
Estaba en modo estatua pero cabiz-alto, más bien para el costado de Candido que le gustaba hablar bajito. Ofelia lo repelía con su manera interminable de cocinar una sopa y Cándido le tocaba la mano de golpecitos como anticipando una gastada a la ciega.
Sé escucho en el barullo a Cándido diciendo que el día anterior había visto una película muda de Chaplin y que le había gustado mucho; luego se apretó un poco la bufanda y dejó ver una sonrisa al costado de su cara. Después de un momento se giró hacia la pared porque notó que su comentario no había repercutido en el trío.

En cambio, Roberto, “el distante”, apuntaba hacia la puerta. Estaba sentado apoyando su pera en el bastón recubierto por sus manos, tieso e inmóvil. No prestaba mucha atención al discurso de cocina que Ofelia desenrollaba en su oreja izquierda. Ni tampoco parecía que atendía a los otros que piaban de impaciencia. Estaba sumergido en él, hundido y afilado, tramando quien sabe que cosa. Pero de vez en cuando salía del modo-estatua y acomodaba su jockey porque creía que se le caía para un costado...

Yo los miraba a todos desde la otra punta del salón, al lado del pasillo, lejos de la estufa y de las sillas. Lejos porque no quería interrumpirlos y dejarlos en su ámbito. Lejos y casi de incógnito.
Nunca había escuchado tanta alegría y pasión por contar anécdotas cotidianas, tantos adornos, tanta supervivencia. Pero de pronto ese ambiente caluroso se quebró cuando Roberto despertó: Ahí viene- dijo.
A mi costado en el pasillo del fondo, apareció una mujer que traía una libreta.
Los ciegos se callaron y el silenció reinó durante veinte segundos, el mismo tiempo que le llevó a la mujer llegar hacia ellos. Roberto fue el primero en alargar el bastón y acomodarse el jockey, atrás le seguía Cándido que ya tenía la bufanda en la mano, tenía calor. Ofelia y los demás los siguieron. Comenzaron su peregrinación hacia el salón especial de Psicomotriz en filia india, picoteando las paredes con sus bastones y conducidos por una voz femenina. La profesora los anotaba en su libreta cuando respondían a sus nombres.

jueves, 4 de junio de 2009

Bloody Crime Rouge

Alfredo era un hombre como todos los demás, se levantaba (le hacía ojitos a un poster que tenía en su pared de Kurt Cobain) temprano para ir a trabajar, volvía a su casa como a las seis de la tarde, saludaba a su familia y pasadas las diez se acostaba en su cama a leer un libro. Pero también era aficionado a la música, así que los fines de semana los dedicaba completamente a tocar la guitarra y a grabar algunas pistas en el estudio.
Por ser tan individualista su familia lo sufría bastante, a veces hasta hablaba solo cuando comía en los almuerzos y por la noches no era algo distinto. Su esposa, Silvia, hacía lo posible para revertir estos malos tragos pero la falta de comunicación y la indiferencia con los suyos era como respirar para él.
Alfredo tenía otra mala costumbre, la de asentar con la cabeza y pronunciar un “sí” automático a la hora de contestar, como cuando a uno le preguntan como está y siempre tiende a responder:¿bien y vos? (renunciando al verdadero estado de ánimo solo para aligerar la charla).“ Ya va”, “esperame cinco minutos” “ no puedo en este momento”, “no ves que estoy con esto”, esas eran algunas de las respuestas de Alfredo.

Un día se fue apurado pero alcanzó a desayunar, y su mujer le enchufó un beso importante, unos de esos buenos y carnivoros (se había pintado la boca con el nuevo lapiz labial Bloody Crime Rouge, impacto profundo de mujeres: así decía la propaganda). Aquel día tomó el veinticuatro que lo dejó en Florida y Corrientes y caminó las mismas cuadras de siempre para llegar a su trabajo. Lo vió a Carlitos, el guardia de seguridad, y quiso saludarlo pero no pudo. Pasó delante de él, ejecutó el saludo y sonriente movió la boca, Carlitos se lo quedó mirando. Ya en el ascensor le pasó algo parecido aunque no lo entendió. Una mujer (se podría decir que compartía el ascenso con la clásica secretaría calentona que usa sus anteojos como medio de seducción, y no vale dejar atrás el pequeñísimo detalle del primer botón de la camisa desprendido y la corbata suelta) le preguntó a que piso iba (olvidé el lipstick rouge bloody crime), él la miró y respondió el siete.

-El siete… -miró hacia abajo. -el siete…(silencio) -el siete…

Ella continuaba esperando la respuesta de Alfredo por lo que tuvo que hacerlo por él mismo, presionar el botón y esconder su enojo (la belleza de esta mujer opacaba sus verdaderos sentimientos y no quería parecer descortés).
Finalmente la secretaria se bajó en el quinto, se fue mirando de reojo, y sonriente Alfredo (tratando de disimular su ira) quedaba atrás mientras la puerta del ascensor se cerraba. Los ruidos de sus tacos se escuchaban todavía desde el sexto.
¡Tin! El sexto. Salió confundido y apurado. Sus compañeros lo saludaron. Como pudo pasó indiferente ante todos, sujetando el maletín y llevándolo al pecho se dirigió a su oficina, traspiraba.
Se limpió la frente para empezar y lo siguiente que hizo fue tomar un vaso de agua del Despencer del rincón, se tranquilizó y leyó algunos papeles que le habían dejado el día anterior.

Al ratito a su jefe se le llenó la cabeza de preguntas cuando leyó un informe que Alfredo había realizado días atrás(un discurso, a esto se dedicaba él, a motivar a los empleados de la corporación Hanson), se enteró que ya había llegado y fue dispuesto a preguntarle sobre… (no sé, el jefe necesitaba explicaciones y punto).


Toc! Toc!-¿Alfredo puedo pasar?- y se adelantó como es costumbre de todos los jefes.
¡Gerardo! ¿Y ahora que hago?- pensó.
–Bueno, mirá: estuve leyendo el discurso (Alfredo se anticipó, tomó un pañuelo y se lo puso en la boca) y me pareció algo redundante acá cuando hablas de la libre elección, no hace falta que lo cambies, suprimilo directamente. –Gerardo se detuvo, hizo una pausa y posó los ojos sobre el empleado.
-¿Qué pasa Alfredo?¿con tos?¿ nervioso?..Y sí, no todos los días son como hoy. Hoy es un día especial y vos vas a ser especial de ahora en adelante. Estoy completamente seguro que te levantaste sintiéndote otro, un hombre distinto y renovado, un hombre con mas oportunidades (Alfredo miraba atento mientras el sudor empañaba sus anteojos) un hombre…¿se puede decir entero, no?- lo trató de palmar en la espalda pero Alfredo se hizo el que estaba buscando algo en el cajón.
-Cof, Cof.- disimuló una tos áspera y polvorienta.
- Je je, siempre el mismo vos, bueno…( Gerardo se refregó las manos) Faltan cincuenta minutos para el acto así que te quiero bien vestido; cualquier cosa pedile a Gimena, mi secretaria personal que te vista- Sonrió picaramente y finalizó con…- No grites demasiado, guardá la energía para el discurso.

Gerardo se fue tan rápido como entró y Alfredo tiró el pañuelo al cesto de basura de un saque. Se agarró la cabeza varias veces y se la masajeaba como si eso le pudiera devolver el habla.
¿Por qué?- picaba y repicaba como una pelotita de ping-pong esa gran pregunta en la cabeza de Marcelo Alfredo. -¿Por qué hoy?
¿Por qué no mañana o ayer?
Se realizó las mismas preguntas que nos inundan cuando estamos en un gran problema, y mojado se quedó.
Fue al baño a ver su rostro y ahora sí, Alfredo confirmando su desgracia, y bañado en ella, acudió a la única posibilidad que cualquiera podría tener en estos momentos. No al toallón, no a la estufa que todo lo seca sino a la simple idea de llegar húmedo al discurso y salpicar a todos con sus palabras…
¿Pero cuáles? ¿Aquellas que se escuchan solamente en su cabeza? ¿o aquellas que nacen y mueren dentro él?¿ o aquellas sordas que nadie escucha pero que se hacen notar por sus labios? Aturdido miraba en el espejo mientras se limpiaba la tristeza que le goteaba de sus ojos.

Sse limpió la frente rendido y la cara se lavó pensando en sus hijos, en su mujer, pero mas que nada en él. Acomodó su pelo lacio y rubio con una bandita elástica que agarró del cajón. A sus anteojos lo limpió con detergente que encontró debajo del lavado, y quiso vestir bien para el gran discurso, el discurso pasado por agua que todos esperaban y él, mudo, lo escurrirá en pleno acto.
Le pasó por la cabeza Gimena, pensó en que tal vez un buen grito, lujurioso y trabajado le salvaría la vida en esos momentos. Pensó también en su buen ojo para la ropa, en su lentes, en sus gemidos y quejidos, en su camisa abierta y también en su aroma a crema de enguaje, pero no podía hablar y eso era todo lo que le importaba (Ir al acto contemplaba una serie de proyectos que ahora no servían, sueños que se ahogaron en un jarrón de voces mudas y palabras recortadas con machetes de falsas ilusiones, todo eso era insignificante).
¿Qué clase de funeral es un funeral si falta el finado? Ya era tarde y se escuchó que la puerta se abrió de un tirón, la secretaria lo había ido a buscar. No había vuelta atrás, al igual que María Antonieta, se inclinaba ante el ángel negro y caminaba heroico a la guillotina, a su sentencia.

Subió escoltado por Gimena que orgullosa estaba de él, no hablaba, pero lo afilaba de reojo mientras oprimía sus manos a la altura de la pelvis y el calor aumentaba dentro de su falda. ¡Tin! Piso veintitrés. Las fantasías de la secretaria se borraron instantáneamente cuando el ascensor abrió sus puertas, y allí, un caudal de personas trajeadas y listas a recibir su bendición empresarial esperaban inquietas en el salón.

¡Alfredo, te espero en el ascensor!- le balbuceó Gimena al oído, un poco de blody crime rouge quedó pinceleado en su oreja.

Miró a su alrededor, personas y más personas. Atrás, un ascensor abierto con la fiel imagen de Cerberos que esperaba clavar sus colmillos a la vuelta, adelante, el Tártaro, no cabía duda que ya había traspasado las puertas del inframundo. Arrugó sus labios y no tuvo mas remedio que sumergirse en la muchedumbre, a salpicar, a salpicar y a salpicar. Minutos después se escucharon aplausos, ovasiones…

Esa noche llegó temprano para cenar, Silvia ni lo oyó entrar pero ya tenía preparada la comida. Sus hijos estaban mirando la tele y lo llamaron, pero él se dirigió a la habitación.

Hoy el libro no- pensó. –Y mañana las grabaciones en el estudio tampoco. – soltó todo con un suspiro.

Silvia no tardó en llegar, se desnudó frente a él esperando algún comentario por su nuevo corte de pelo y sus nuevas prendas femeninas, pero no tuvo respuesta.

-¿Hoy es un día de cambios, no mi amor?¿ te gusta lo que tengo puesto?- se acurrucó y tomó su posición, lo acosó delicadamente - ¿pasa algo?- un beso profundo le sacudió el alma.

-No puedo hablar, estoy mudo- (silencio) – ¡Pero no puede ser, no pude hablar en todo el día! ¿Por qué ahora?- se agarró la cabeza pretendiendo sacarsela de cuajo – no lo entiendo.

Mi amor, ¿vos crees en la fortaleza de los besos, el impacto profundo de las mujeres? Yo sí.

Los chicos acostados y ahora ella se dormía en lo brazos de su esposo. Alfredo se dio vuelta a mirar la pared. Cobain yacía roto en el piso y sus pedacitos se estaban volando porque Silvia se olvidó de cerrar la ventana antes de acostarse, ya era tarde para ponerse a limpiar.

sábado, 16 de mayo de 2009

Tango

Mambo estaba durmiendo y yo me había despertado temprano porque me atacaba la impaciencia. A Emilia se le había hecho tarde, desde las ocho que andaba paseando por toda la casa hasta que se decidió. El café con leche se le hirvió por quedarse cincuenta minutos demás en el baño, cincuenta minutos que para mí eran sagrados, cincuenta minutos que le dedicó pura y exclusivamente al arreglo de su cuerpo. Se peinaba delicadamente, hacía retoques ultrasuaves debajo de sus ojos y pintaba su boca de una manera exquisita, como cuando se corta un rulo de manteca. Yo la veía desde mi lugarcito en el rincón del living. Había dejado la puerta entreabierta y mientras Emilia apoyaba una pierna en el banquito aterciopelado de la esquina sedosamente pronunciaba un nombre, un tal Carlos. Lustraba sus piernas con una crema que le había traído su hermano en un viaje trillado a Puerto Rico para ver Marita. Se trataba de un mejunje de corales blancuzco y espeso como una sopa y ella se lo pasaba sin preocupación alguna. Sus piernas lo recibían contentas, agraciadas por el simple acto de ser encremadas y las manos deseaban no terminar jamás con su tarea.

Yo no sabía qué hacer, si empezar un escándalo, rezongar o tratar de conciliar el sueño, me recosté entonces al lado de Mambo pero un olorcito sápido me llamó la atención. Escuché a Emilia salir del baño, casi me pisa cuando se fue a la pieza. Se vistió de un giro, y disparó a la cocina.

Mambo se despertó gruñendo como de costumbre, y rascándose la oreja con la pata sucia me frunció el ceño. ¿Por qué no nos habíamos ido aún? Eso me quiso decir con su mal humor vespertino y ¿por qué no lo había despertado?, era otra de sus quejas mudas.
Emilia no hizo otra cosa más que renegar por el café con leche hervido y desparramado en el piso, y por mí, que no me aguanté probarlo. Cuando me vió lamiendo los restos se acomodó la gorra hacia adelante y me reprendió con su mirada ardiente.¿Qué más podía hacer para olvidarme del tiempo? Tendríamos que haber estado en la plaza hacía ya mas de una hora y ella, cambiando su imagen de payaso a persona decente. Me echó de la cocina apuntándome con el aerosol (que me da miedo) y sermoneando algunas palabras que no llegué a escuchar, todavía le faltaba ponerse el saco. Mambo estiraba sus patas velludas a lo largo del living y bostezaba contento por el retraso de Emilia, se había despertado ofuscado y logró sobrellevarlo, pero mi caso era el contrario, me quedé esperando en la puerta.

Cuatro días atrás triangulaba el corralón de la plaza, corría contra el viento y el tiempo no existía. En una de mis interminables vueltas al perímetro la ví a Emilia sentada en su banco de la plaza predilecto, uno verde donde afloja sentimientos todos los días cuando me lleva a pasear. A veces se entusiasma leyendo novelas románticas que le trae su hermano de afuera, las compra en sus viajes cuando va a ver a Marita. Otras veces se queda pensativa mirando el piso, acomoda sus mechas de pelo y cuando se cansa se coloca su gorra naranja; luego mira de un lado al otro para evitar el choque con la realidad.

Ese era un día de novelas y se presentó como tal. Un muchacho rubio, a medio afeitar, se le acercó y contagió a Emilia de una alegría casi única. Hablaban y reían, hablaban, gesticulaban; él se paraba para actuar sus historias y ella mostraba sus dientes mientras lo afilaba con su mirada, hacía mucho que no se la veía así.

Corrí jadeando hacia ella cuando me gritó desde el banco. Él se acerco y acarició mi espalda como tendiendo la cama de un príncipe y adiviné sus intenciones en pleno acto.
Lo que no adiviné fue que me iba a enamorar de su mascota, Yaina, una Haski esbelta y majestuosa de espíritu jovial, apareció realizando movimientos de cadera al ritmo de un compás suave que solamente nosotros captamos y el aire se endureció. El muchacho, el banco y la plaza de pronto se achicaron. Emilia se agachó a saludar a Yaina y luego fue mi turno, pero un tirón de correa prohibió mi ademán, casi me ahogo y nos fuimos bastante rápido porque Emilia pensó que me había pasado algo serio.

De vuelta a casa Emilia lucía encantada, llena de algo que le había dejado ese muchacho. Yo miraba hacia atrás, donde el corralón se alzaba como un gigantesco escenario, la estrella principal todavía corría entre los perros de la plaza y aullaba por mi agitada retirada.

En una de sus bajadas a tierra Emilia se confesó:

-¿Sabés una cosa Tango? ¡El sábado tenemos que volver a la plaza! -y añadió ansiosa – ¡A la misma hora, no te olvides, a la misma hora!

Ese sábado era hoy y me extrañaba que Emilia estuviera tan inquieta e irresponsable. Quizás los nervios, quizás la barba cautivadora, los gestos asimétricos ¿Por qué se tardaba tanto? De la cocina al dormitorio nuevamente. Tropezó con Mambo que recién se adentraba en el mundo de los sueños. Murmuraba palabras sucias mientras se cambiaba los zapatos, no le gustaban los que le había traído Juanjo de regalo en uno de sus viajes. Volvió al baño y descubrió un tajo del tamaño de un alfiler; yo, mientras tanto, menguaba el momento afilando mis uñas contra la puerta.

-¿Justo ahora? -eso mismo pensé yo. -¡Justo que me tengo que ver con Carlos!

Se remendó el brazo y de pronto se dejó caer.¡Tum! sus rodillas contra el suelo. Se agarró la cabeza y desechó su gorra. Mambo no quería intervenir y se quedó donde estaba, sin embargo yo acudí rápidamente a su rescate. La vi lloriqueando, entregada y sin voluntad de pararse, parecía rendida.

-¿Qué pasa, Tango? … No puedo ir.

Brinqué, ladré, lamí, giré, busqué mi cola por unos minutos dando vueltas y vueltas hasta que me mareé. Volví a ladrar.

-Está bien, Tango, ¿hoy no fuiste al baño, no? -me alineó con su mirada suave y transparente, envuelta en vigor se levantó y acomodó su pelo una vez más.

-¿Vamos? -sonrió.