Alfredo era un hombre como todos los demás, se levantaba (le hacía ojitos a un poster que tenía en su pared de Kurt Cobain) temprano para ir a trabajar, volvía a su casa como a las seis de la tarde, saludaba a su familia y pasadas las diez se acostaba en su cama a leer un libro. Pero también era aficionado a la música, así que los fines de semana los dedicaba completamente a tocar la guitarra y a grabar algunas pistas en el estudio.
Por ser tan individualista su familia lo sufría bastante, a veces hasta hablaba solo cuando comía en los almuerzos y por la noches no era algo distinto. Su esposa, Silvia, hacía lo posible para revertir estos malos tragos pero la falta de comunicación y la indiferencia con los suyos era como respirar para él.
Alfredo tenía otra mala costumbre, la de asentar con la cabeza y pronunciar un “sí” automático a la hora de contestar, como cuando a uno le preguntan como está y siempre tiende a responder:¿bien y vos? (renunciando al verdadero estado de ánimo solo para aligerar la charla).“ Ya va”, “esperame cinco minutos” “ no puedo en este momento”, “no ves que estoy con esto”, esas eran algunas de las respuestas de Alfredo.
Un día se fue apurado pero alcanzó a desayunar, y su mujer le enchufó un beso importante, unos de esos buenos y carnivoros (se había pintado la boca con el nuevo lapiz labial Bloody Crime Rouge, impacto profundo de mujeres: así decía la propaganda). Aquel día tomó el veinticuatro que lo dejó en Florida y Corrientes y caminó las mismas cuadras de siempre para llegar a su trabajo. Lo vió a Carlitos, el guardia de seguridad, y quiso saludarlo pero no pudo. Pasó delante de él, ejecutó el saludo y sonriente movió la boca, Carlitos se lo quedó mirando. Ya en el ascensor le pasó algo parecido aunque no lo entendió. Una mujer (se podría decir que compartía el ascenso con la clásica secretaría calentona que usa sus anteojos como medio de seducción, y no vale dejar atrás el pequeñísimo detalle del primer botón de la camisa desprendido y la corbata suelta) le preguntó a que piso iba (olvidé el lipstick rouge bloody crime), él la miró y respondió el siete.
-El siete… -miró hacia abajo. -el siete…(silencio) -el siete…
Ella continuaba esperando la respuesta de Alfredo por lo que tuvo que hacerlo por él mismo, presionar el botón y esconder su enojo (la belleza de esta mujer opacaba sus verdaderos sentimientos y no quería parecer descortés).
Finalmente la secretaria se bajó en el quinto, se fue mirando de reojo, y sonriente Alfredo (tratando de disimular su ira) quedaba atrás mientras la puerta del ascensor se cerraba. Los ruidos de sus tacos se escuchaban todavía desde el sexto.
¡Tin! El sexto. Salió confundido y apurado. Sus compañeros lo saludaron. Como pudo pasó indiferente ante todos, sujetando el maletín y llevándolo al pecho se dirigió a su oficina, traspiraba.
Se limpió la frente para empezar y lo siguiente que hizo fue tomar un vaso de agua del Despencer del rincón, se tranquilizó y leyó algunos papeles que le habían dejado el día anterior.
Al ratito a su jefe se le llenó la cabeza de preguntas cuando leyó un informe que Alfredo había realizado días atrás(un discurso, a esto se dedicaba él, a motivar a los empleados de la corporación Hanson), se enteró que ya había llegado y fue dispuesto a preguntarle sobre… (no sé, el jefe necesitaba explicaciones y punto).
Toc! Toc!-¿Alfredo puedo pasar?- y se adelantó como es costumbre de todos los jefes.
¡Gerardo! ¿Y ahora que hago?- pensó.
–Bueno, mirá: estuve leyendo el discurso (Alfredo se anticipó, tomó un pañuelo y se lo puso en la boca) y me pareció algo redundante acá cuando hablas de la libre elección, no hace falta que lo cambies, suprimilo directamente. –Gerardo se detuvo, hizo una pausa y posó los ojos sobre el empleado.
-¿Qué pasa Alfredo?¿con tos?¿ nervioso?..Y sí, no todos los días son como hoy. Hoy es un día especial y vos vas a ser especial de ahora en adelante. Estoy completamente seguro que te levantaste sintiéndote otro, un hombre distinto y renovado, un hombre con mas oportunidades (Alfredo miraba atento mientras el sudor empañaba sus anteojos) un hombre…¿se puede decir entero, no?- lo trató de palmar en la espalda pero Alfredo se hizo el que estaba buscando algo en el cajón.
-Cof, Cof.- disimuló una tos áspera y polvorienta.
- Je je, siempre el mismo vos, bueno…( Gerardo se refregó las manos) Faltan cincuenta minutos para el acto así que te quiero bien vestido; cualquier cosa pedile a Gimena, mi secretaria personal que te vista- Sonrió picaramente y finalizó con…- No grites demasiado, guardá la energía para el discurso.
Gerardo se fue tan rápido como entró y Alfredo tiró el pañuelo al cesto de basura de un saque. Se agarró la cabeza varias veces y se la masajeaba como si eso le pudiera devolver el habla.
¿Por qué?- picaba y repicaba como una pelotita de ping-pong esa gran pregunta en la cabeza de Marcelo Alfredo. -¿Por qué hoy?
¿Por qué no mañana o ayer?
Se realizó las mismas preguntas que nos inundan cuando estamos en un gran problema, y mojado se quedó.
Fue al baño a ver su rostro y ahora sí, Alfredo confirmando su desgracia, y bañado en ella, acudió a la única posibilidad que cualquiera podría tener en estos momentos. No al toallón, no a la estufa que todo lo seca sino a la simple idea de llegar húmedo al discurso y salpicar a todos con sus palabras…
¿Pero cuáles? ¿Aquellas que se escuchan solamente en su cabeza? ¿o aquellas que nacen y mueren dentro él?¿ o aquellas sordas que nadie escucha pero que se hacen notar por sus labios? Aturdido miraba en el espejo mientras se limpiaba la tristeza que le goteaba de sus ojos.
Sse limpió la frente rendido y la cara se lavó pensando en sus hijos, en su mujer, pero mas que nada en él. Acomodó su pelo lacio y rubio con una bandita elástica que agarró del cajón. A sus anteojos lo limpió con detergente que encontró debajo del lavado, y quiso vestir bien para el gran discurso, el discurso pasado por agua que todos esperaban y él, mudo, lo escurrirá en pleno acto.
Le pasó por la cabeza Gimena, pensó en que tal vez un buen grito, lujurioso y trabajado le salvaría la vida en esos momentos. Pensó también en su buen ojo para la ropa, en su lentes, en sus gemidos y quejidos, en su camisa abierta y también en su aroma a crema de enguaje, pero no podía hablar y eso era todo lo que le importaba (Ir al acto contemplaba una serie de proyectos que ahora no servían, sueños que se ahogaron en un jarrón de voces mudas y palabras recortadas con machetes de falsas ilusiones, todo eso era insignificante).
¿Qué clase de funeral es un funeral si falta el finado? Ya era tarde y se escuchó que la puerta se abrió de un tirón, la secretaria lo había ido a buscar. No había vuelta atrás, al igual que María Antonieta, se inclinaba ante el ángel negro y caminaba heroico a la guillotina, a su sentencia.
Subió escoltado por Gimena que orgullosa estaba de él, no hablaba, pero lo afilaba de reojo mientras oprimía sus manos a la altura de la pelvis y el calor aumentaba dentro de su falda. ¡Tin! Piso veintitrés. Las fantasías de la secretaria se borraron instantáneamente cuando el ascensor abrió sus puertas, y allí, un caudal de personas trajeadas y listas a recibir su bendición empresarial esperaban inquietas en el salón.
¡Alfredo, te espero en el ascensor!- le balbuceó Gimena al oído, un poco de blody crime rouge quedó pinceleado en su oreja.
Miró a su alrededor, personas y más personas. Atrás, un ascensor abierto con la fiel imagen de Cerberos que esperaba clavar sus colmillos a la vuelta, adelante, el Tártaro, no cabía duda que ya había traspasado las puertas del inframundo. Arrugó sus labios y no tuvo mas remedio que sumergirse en la muchedumbre, a salpicar, a salpicar y a salpicar. Minutos después se escucharon aplausos, ovasiones…
Esa noche llegó temprano para cenar, Silvia ni lo oyó entrar pero ya tenía preparada la comida. Sus hijos estaban mirando la tele y lo llamaron, pero él se dirigió a la habitación.
Hoy el libro no- pensó. –Y mañana las grabaciones en el estudio tampoco. – soltó todo con un suspiro.
Silvia no tardó en llegar, se desnudó frente a él esperando algún comentario por su nuevo corte de pelo y sus nuevas prendas femeninas, pero no tuvo respuesta.
-¿Hoy es un día de cambios, no mi amor?¿ te gusta lo que tengo puesto?- se acurrucó y tomó su posición, lo acosó delicadamente - ¿pasa algo?- un beso profundo le sacudió el alma.
-No puedo hablar, estoy mudo- (silencio) – ¡Pero no puede ser, no pude hablar en todo el día! ¿Por qué ahora?- se agarró la cabeza pretendiendo sacarsela de cuajo – no lo entiendo.
Mi amor, ¿vos crees en la fortaleza de los besos, el impacto profundo de las mujeres? Yo sí.
Los chicos acostados y ahora ella se dormía en lo brazos de su esposo. Alfredo se dio vuelta a mirar la pared. Cobain yacía roto en el piso y sus pedacitos se estaban volando porque Silvia se olvidó de cerrar la ventana antes de acostarse, ya era tarde para ponerse a limpiar.
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