“ Si señor, los ciegos somos muy desconfiados”. Ofelia gritaba estas palabras sin descaro en el medio del salón y como plantando un palo de madera en la cerámica hacía berrinche. En realidad lo que golpeaba era su baston blanco, hasta que bajó la cabeza y tomó asiento. Se la veía irritada. Había mucho barullo. Eran como diez ciegos hablando y hablando encima de los otros que también hablaban encima de esos.
A los ciegos nadie les gana, si de hablar se trata pueden contarte como perdieron una media en la casa y como la volvieron a recuperar luego de una hora, cuando sin querer se agacharon a buscar el pañuelo que se les cayó.
Una travesía maravillosa y desmedida nos chupa en sus relatos; donde nos meten en barcos, grandes o pequeños y nos hacen naufragar como ellos lo hicieron en su experiencia, contando cada detalle ínfimo y sensorial sin dejar de lado sus sentimientos. A veces los observo y los escucho y parecen escritores orales, relatores, cuentistas, guionistas de sensaciones. Y aunque su mirada vacía y desviada carezca de vida, todo esto se desgrana cuando se mueven y hablan, viven. Cuando están empecinados en escuchar se quedan quietitos en su lugar cabizbajos o cabiz-altos, en modo estatua, con su pera a cuarenta y cinco grados del cuello y cualquiera que los observa diría que son los encargados de corregir los detalles del techo, cualquiera que no supiera su estilo de vida. Pero el cieguismo es un modo de vida que se aplica también a los videntes, casualmente a los que no les grada mucho la realidad y la moldean a su parecer, aunque ahora, el tema que realmente nos importa es el Cieguismo en su mas pura fuente y sustancia, los que perdieron la vista o nacieron sin ella. Los hay grotescos y ásperos, también otros completamente aseñorados y detallistas, y algunos de estos desfilan por la escuelita de la Av.Independencia.
Resulta que en la escuelita los ciegos estaban aburridos. Esperaban su clase de Psicomotriz (lo mejor para esos momentos es mover un poquito la lengua. No importa si miran para acá o para allá, la mandíbula se cierra y abre a desmedida, la cuestión es mantenerla en ejercicio. Sí señor, los ciegos en grupo se transforman en tumulto, pajaritos caídos del nido pisando tierra firme y criticando el porque de sus “alas” desplumadas).
Ofelia se tranquilizó cuando oyó la voz de Cándido, que venía desde dos asientos más lejos que ella. Mientras acomodaba su pelo blanco y enrulado, apretaba la boca tratando de reducir la espera que Cándido le había advertido desde un principio. Aunque la charla era medio a los gritos y medio a un volumen razonable, el que no se salvaba era Roberto, que estaba entre ellos dos. Roberto se convirtió en el condimento de un sanguche dialéctico del que participaba exclusivamente con su presencia. Escuchaba y de a momentos opinaba con sus cejas. Ceja en alto, ceja aliviada, y por ahí también se vió una ceja fruncida y una frente con surcos y arrugas.
Estaba en modo estatua pero cabiz-alto, más bien para el costado de Candido que le gustaba hablar bajito. Ofelia lo repelía con su manera interminable de cocinar una sopa y Cándido le tocaba la mano de golpecitos como anticipando una gastada a la ciega.
Sé escucho en el barullo a Cándido diciendo que el día anterior había visto una película muda de Chaplin y que le había gustado mucho; luego se apretó un poco la bufanda y dejó ver una sonrisa al costado de su cara. Después de un momento se giró hacia la pared porque notó que su comentario no había repercutido en el trío.
En cambio, Roberto, “el distante”, apuntaba hacia la puerta. Estaba sentado apoyando su pera en el bastón recubierto por sus manos, tieso e inmóvil. No prestaba mucha atención al discurso de cocina que Ofelia desenrollaba en su oreja izquierda. Ni tampoco parecía que atendía a los otros que piaban de impaciencia. Estaba sumergido en él, hundido y afilado, tramando quien sabe que cosa. Pero de vez en cuando salía del modo-estatua y acomodaba su jockey porque creía que se le caía para un costado...
Yo los miraba a todos desde la otra punta del salón, al lado del pasillo, lejos de la estufa y de las sillas. Lejos porque no quería interrumpirlos y dejarlos en su ámbito. Lejos y casi de incógnito.
Nunca había escuchado tanta alegría y pasión por contar anécdotas cotidianas, tantos adornos, tanta supervivencia. Pero de pronto ese ambiente caluroso se quebró cuando Roberto despertó: Ahí viene- dijo.
A mi costado en el pasillo del fondo, apareció una mujer que traía una libreta.
Los ciegos se callaron y el silenció reinó durante veinte segundos, el mismo tiempo que le llevó a la mujer llegar hacia ellos. Roberto fue el primero en alargar el bastón y acomodarse el jockey, atrás le seguía Cándido que ya tenía la bufanda en la mano, tenía calor. Ofelia y los demás los siguieron. Comenzaron su peregrinación hacia el salón especial de Psicomotriz en filia india, picoteando las paredes con sus bastones y conducidos por una voz femenina. La profesora los anotaba en su libreta cuando respondían a sus nombres.
Cuál es mejor WordPress vs Wix
Hace 6 años.