Resulta difícil de contar por estos medios pero lo voy a hacer ya que fue una linda experiencia, quizás no la mejor pero sí una de muy pocas.
Me conseguí un trabajo en la ciudad, algo monótono y de lo que se puede decir que está de moda. Me trasladé con urgencia cuando recibí el llamado tan esperado. Viajé sentado en primera fila los mil seiscientos veinte kilómetros que hay de Salta a Bs.As. En Retiro me esperaba un taxi que me llevó directamente a las oficinas. Allí me hablaron de gentileza y amabilidad y yo les dije que eso tal vez sea un inconveniente, pero me tomaron a prueba.
Resultó que mi perfil daba con lo deseado, mi personalidad eléctrica atraía a las personas, mi figura salpicaba gracia y el sombrero elegante que vestía le daba un cierre perfecto a la entrevista, me contrataron.
Empecé un lunes por el mañana plantado en la esquina de Sáenz y Lynch. Al cabo de diez minutos tenía un grupo de personas reunidas preguntándose qué hacía un cactus parlante con un sombrero marrón en esta ciudad. Yo gritando"Empanadas del norte" y ellos, escapando del contacto verbal.
Al cabo de una semana solo podía decir que primeras jornadas eran agobiantes; me costaba llegar al público, el húmedo invierno de Bs.As. no era el lugar propicio para un cactus del altiplano como yo. Pinchar a las personas cuando entregaba los panfletos se tornó un vicio desagradable, y en mi opinión no se debía a mi forma de vender sino que me faltaba algo más.
Un día camino a la oficina pasé por una casa de ropa antigua y me enamoré de un sobretodo marrón clarito, que afortunadamente hacía juego con mi sombrero. Entré por él y además me terminé llevando unos guantes negros de cuero.
Llegaron entonces los tiempos dorados, y me atrevo a decir que la gente sonreía cuando me veía, los panfletos se repartían solos, sin quejas, las agujas ya no pinchaban y el problema del frío estaba resuelto. Con el correr del tiempo logré ser el personaje del barrio, con propagandas y anuncios televisivos. A mi jefe se le ocurrió establecer un horario para tomarme fotos, gente de las afueras llegaban a Pompeya preguntando exclusivamente por mis actuaciones y lo que empezó con un simple reparto de papeles se convirtió en un aclamado show callejero. Entre otras cosas, le saqué el puesto a la gallina Robertita que regalaba huevos dos esquinas más arriba...
Pero lo bueno no dura demasiado. Una mañana olvidé el atuendo y los guantes en casa, ese día me rehusé a trabajar pero el jefe me convenció con la triste idea de que la ausencia de una estrella no sería bien recibida por mis fanáticos. Me presenté en la esquina como todos los días.
No sé si fue la emoción o el afán de abrazar su figura predilecta, pero aquella nenita se abalanzó al verme parado haciendo mis artilugios. No la ví llegar. Su madre me crucificó en plena calle. La pobre nena lastimada soltó un – cactus malo, buaa –,que me partió el alma, cuando se la llevaban en la ambulancia hacia el hospital.
Hubo quejas y revuelo, gente a favor y en contra que me sometían a pequeños juicios. Hubo otros que clamaban justicia y cortaron la calle. Alguien de por ahí terminó diciendo que como puede ser que un cactus ande suelto por el barrio sin protección, sin ropa; que algún día sucedería una tragedia. Y así fue, sucedió.
La policía se arrimó al lugar del accidente. Me embolsaron con un plástico transparente que uno de los vendedores ambulantes facilitó en el momento, y me subieron al patrullero. Desde la ventana del auto podía ver a la gallina Robertita que cabizbaja intercambiaba miradas vacías de nostalgia, la esposaron. Me enteré mas tarde, de que algunos de los huevos que regalaba Robertita estaban podridos, o en su defecto, con pollito adentro. Qué dolor, qué vergüenza.
Los días siguientes caían como baldazos de agua fría, insostenibles, cargados de dolor y sufridos a tal punto que llegaron a preocuparse por mi estado de ánimo. Era imposible dejar de pensar en la idea de haber lastimado a un ser humano tan pequeño…
Varias semanas pasaron y el barrio cambió, se habían olvidado de este cactus que una vez fue el orgullo de Pompeya. Me adherí entonces a los vicios, y largas noches de puro vino mendocino trataron de llenar lo que una vez fue y no pudo ser más.
Un día relajado en la puerta de una casa, un niño se digno a mirarme y me reconoció.
-¡Yo sé quién sos, Antonio el cactus parlante!
-Así es muchacho, ¿tenés una moneda? ¡O te pincho!-
El muchacho sonrió y se fue brincando de alegría, esa fue la última persona con la que hablé. Dormí en algunas plazas simulando ser una simple plantita silvestre parada al lado de los árboles, hasta que un día reaccioné.
Lo convencí a mi ex jefe de que me prestara un poco de dinero y me reservé un pasaje a Salta. Llegué deseando nunca haber salido de allí, pensando en la dulce tierra natal y en su gente que se habría enterado del escándalo por las noticias.
Entré por la puerta trasera de casa, era de noche y no quise despertar a nadie. Mi mujer estaba durmiendo. Mi hijo en su habitación como debía ser. Una luz resplandecía en su cuarto, me acerqué de a pasitos hacia su cama. Contemplé un cactus chiquitito, aferrado a la foto de su padre, que dormía feliz y contento, al final del día lo que importa es Él.
Cuál es mejor WordPress vs Wix
Hace 6 años.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario